22Antorcha OsakaUnos nuevos juegos olímpicos comenzaron y no con dificultades. Tras un año y medio de pandemia por el COVID-19, un año de retraso, sin público y con el susto de contraer o no la enfermedad, se tuvo que tirar de la resiliencia para organizar un evento que fuera de gran nivel.

Por un lado, en la organización nipona se trataba de presentar 3 cosas importantes para el desarrollo de los juegos olímpicos: la primera era la unión que hacía el país organizador de su tecnología punta con su cultura ancestral (drones, teatro kabuki, luces, fuegos artificales o danzas samurais), la segunda era la presentación de los países participantes con abanderados de ambos sexos (igualadad) y, la tercera, presentar al mundo entero que el deporte puede con cualquier dificultad que se pueda producir. Nadie para a los deportistas. 

La inauguración fue espectacular, como no podía ser de otra manera, pero mucho más emocionante fue ver como iban entrando diversos deportistas de élite y compartían sus banderas, sus ilusiones y sus sueños. 

Nosotros estuvimos atentos a varios de los países que salían a escena...Suiza, Japón, Cuba...y como no España. En la inauguración no estaba ninguno de los 4 pitiusos en liza (las fechas no coincidían con la inauguración) pero sí esa energía necesaría para poder combatir en los siguientes días de competeción. 

Los fuegos artificiales, los drones formando un mundo, las artes o teatro japoneses fueron fantásticos, pero las estrellas verdaderas eran las que estaban en el cesped del estadio olímpico de Tokyo y, tras el último relevo de la antorcha realizado por Naomi Osaka, el pebetero brilló con la llama olímpica envuelta en una flor para darle el pistoletazo de salida a unos juegos, diferentes, pero espectaculares. ¡¡Konnichiwa!!

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